“Barranquismo: El barranquismo o canyoning es undeporte de aventura que se practica en los cañoneso barrancos de un río, pudiendo presentar
un recorrido muy variado: se encuentran tramos con poco caudal o incluso secos,
puntos con pozas y badinas profundas y otros tramos con cascadas, encontrando también
terrenos con vegetación o desérticos. El barranquismo consiste en ir superando
estos cambios de recorrido: caminando, nadando, destrepando o escalando, si es
necesario. Se considera que para que un descenso sea valorado como apto para el
barranquismo debe combinar al menos dos de estas tres características: caudal,
verticalidad y carácter encajado.”
Fuente:
wikipedia.
En
lo de “ir superando estos cambios de recorrido” creo que falta “rapelando” y “saltando”,
¿no estáis de acuerdo?
Juan José Ballonga(organizador), Antonio García (guía y
responsable del grupo), M. Sebastián García (ayudante del guía), José Gómez, Sergio Rodríguez, Sebastián Martínez, Rocío Cañas, Francisco
Antonio Iranzo, Antonio Manuel Platero, Carlos Castillo, Arielle Swinkels
y Juan José Béjar (el alevín).
Salimos
de Frigiliana en un todo terreno y un furgón a eso de las 8.30 h. Una vez en el punto de partida, Antonio nos
fue adjudicando equipo a cada uno: traje de neopreno, casco, arnés, y demás
pertrechos de escalada. Ataviados de esta guisa nos dirigimos hasta la Presa de
Funes, donde daría comienzo nuestra aventura. En este punto Antonio García
empezó a explicarnos una insólita historia a tener muy en cuenta cuando se haga
esta actividad en Río Verde, partiendo desde la presa: la diferencia entre las
características del agua a ambos lados de la misma. Para conocer la historia,
al que lea esta crónica y nadie se la haya contado, lo mejor es escucharla de
primera mano…Y entonces tuvo lugar “el bautismo”: poniendo en riesgo nuestros
trajes y nuestras propias vidas los más atrevidos saltaron al agua mientras que
los indecisos fueron empujados sin piedad. Y ya metidos en materia, el agua,
mismamente, que nos acompañaría toda la jornada, tanto dentro como fuera del
río, pues el día se presentaba con lluvia, nubes y algún rayito de sol que se
escapara, Antonio fue colocando la cuerda para realizar el primer descenso por
el otro lado de la presa. Nos explicó detalladamente el secreto del ocho y la
magia de una cuerda capaz de frenarte y soportarte en el aire apenas
sujetándola suavemente con tu mano. La técnica era sencilla, lo más importante,
ir descendiendo con las piernas colocadas perpendicularmente a la pared y
soltar cuerda poco a poco. Hacerlo de otra forma supondría bajar cuan
lagartija, a riesgo de desollarse y comer piedra. Y esta primera pared, planita
y con poca agua nos lo puso fácil.
La Cascada de los Árboles Petrificados debe su
nombre a queantiguamente, los madereros transportaban los troncos a lo largo del cauce
del río Verde. Algunos troncos
quedaron atascados entre las rocas al caer por esta pendiente, y el tiempo y el
agua los ha ido mineralizando hasta que el tronco se ha convertido en dura
piedra.
Con cada cascada o barranco que salvábamos, nuestra
pericia y soltura se iba haciendo cada vez mayor, y cada vez lo disfrutábamos
más, a pesar de la fina lluvia y el frío. De vez en cuando se presentaba algún
desnivel que, en lugar del descenso con cuerda, se podía superar saltando.
La mayoría del grupo se atrevió a practicar “vuelo
libre”, con gran variedad de estilos y técnicas: estilo “allá voy y que sea lo
que Dios quiera pero que me deje como estoy” (con santiguado incluido), estilo
“que no me duela mucho”, estilo “¡bomba!”, que a más de uno le salió sin
querer, estilo “yo me tapo la nariz que luego escuece”, y otros estilos más
depurados reflejo de innumerables saltos practicados en la niñez desde altas
rocas hasta un agua un poco más salada. Pero también hubo quien prefirió la
alternativa: no saltar, en su propio estilo “yo bajo por el senderito, que
además está sequito”.
También pudimos disfrutar de un par de descensos en
tobogán: manos al pecho y cabeza atrás… y euforia garantizada. De haberse
podido ¡habríamos repetido!. Y así fuimos descendiendo poco a poco.
Pero claro, no todo fue pericia y perfecta
ejecución, también hubo tropezones que costarían a más de uno un buen morado en
las espinillas, y resbalones tanto fuera como en las mismísimas cascadas, con
el consiguiente revolcón entre las paredes, coscorrón (¡bendito casco!),
desuelle en brazos, piernas y “costaillos” y suelte de improperios amortiguados
por el sonido del agua. Y bueno, aunque nadie llegue a reconocerlo, seguro que
también hubo quien tragó un poco de agüita.
La jornada se prolongó hasta las 6.30 de la tarde,
con una parada hacia las 3.30 para comer algo. Suerte que algunos miembros del grupo
llevaran cámaras acuáticas, pues se pudieron hacer fotos impresionantes y hasta
grabar vídeos. La última prueba fue la preciosa Cascada de la “Y”, donde
terminaba nuestra aventura acuática.
Ahora nos quedaba la vuelta hasta donde estaban los
vehículos y dado que la hicimos con los trajes de neopreno puestos se nos hizo
algo penosa a la mayoría, que ya pensábamos en la ropa seca que aguardaba al
fondo de nuestras mochilas. Y por fin, ¡qué a gusto que fuimos en los coches,
qué comodidad, pero qué cansados!, ni siquiera nos animamos a cantar aquello de
“El señor conductor no se ríe”. Aún así, durante el trayecto no podíamos dejar
de comentar la experiencia. Y tras el merecido almuerzo/merienda/cena en “El
Capricho”, entre ensoñaciones con agua muy caliente y cremita hidratante (que
después algunos tuvimos que alternar con Trombocid) llegamos a Frigiliana sobre
las 10 de la noche, una vez más, cansados pero satisfechos.
Gracias al buen hacer de nuestro guía y monitor,
Antonio García, de sus ayudantes (nunca faltaron manos para ayudar y palabras
de aliento y ánimo en los pequeños trances) y de los compañeros, hemos hecho
entre todos de ésta, una experiencia inolvidable.
¡Saludos a todos!
Nota: no podía dejar de destacar la admirable
actuación del benjamín, Juan José Béjar, a pesar de su edad, habilidoso como
pocos. ¡Enhorabuena!