miércoles, 30 de mayo de 2012

Crónica de la Travesía Frigiliana -Santa Fe. Por Rocío Cañas.



III TRAVESÍA FRIGILIANA-SANTA FE

Participantes: Juanjo Ballonga, Juanjo Béjar, Juanjo Béjar, Sebastián Martínez, Gerhard G. Steffens, José Antonio Platero, Francisco A. Iranzo, Francisco Iranzo, Eduardo Ariza, José A. Gómez, Carlos Castillo, Sergio y Oscar Martínez, y la que suscribe.

Un año más, los más veteranos de nuestro Club proponen la realización de esta travesía, que se viene realizando desde el año 2010, pero esta vez habrá una notable diferencia: vamos 14 personas.

La idea de la travesía surge tras preguntar a algunos mayores de Frigiliana sobre las rutas comerciales que existían entre este pueblo y otros de la provincia de Granada. Sebastián López, uno de sus vecinos, contaba que de niño, junto a su padre y su abuelo, compraban miel de caña en la maquinilla Rico-Fossi y la vendían en pueblos de Granada y Jaén. Eran meleros que transportaban en mulos su rico producto a través de la Sierra de Almijara. Iniciando nuestro camino en Frigiliana, nos dirigiremos hacia la aldea de Acebuchal, Puerto Blanquillo, Venta Panaderos y Puerto de Frigiliana, para después tomar el carril que nos llevará hasta La Resinera, Fornes, Agrón, Ventas de Huelma, Ácula y que finalizará en Santa Fé. La familia López continuaba desde Santa Fe hacia otros pueblos como Albolote, Iznalloz, Piña,…hasta llegar a Huelma, ya en la provincia de Jaén. Pero llegar a este pueblo a pie desde Frigiliana sería imposible en una única jornada. Sebastián estuvo vendiendo miel en estos pueblos hasta hace unos 20 años.

Carlos Castillo me habló por primera vez de la travesía y de sus 64 Km (sí, eso creían los veteranos, aunque después comprobamos que son casi 66) durante una excursión en noviembre de 2011. Era la 3ª vez que salía de excursión con el Ayuntamiento de Frigiliana y no conocía el Club Elimán, es decir, apenas “empezaba a andar”. Yo bromeé diciendo que tal vez me lo propusiera como objetivo, aunque sólo bromeaba porque en realidad pensaba: “¡ja, ni de coña!”. Pero en los sucesivos meses…terminé la Travesía Frigiliana-Fornes (30 Km); subí (dos veces) la Cuesta del Cielo bajando por el Barranco de la Higuera; me federé con el club (la cosa empezaba a ponerse seria, un seguro de accidentes no venía mal); recorrí algo más de 22 Km en una ruta que terminaba subiendo la Cuesta de la Molineta, endiabladamente empinada, aun convaleciente de un resfriado atroz; bajé de Cerro Lucero por su cara más inclinada y pedregosa, tras lo cual mis rodillas se han resentido hasta hace bien poco; hice la ruta Barranco Cazadores-Navachica-Cielo-Barranco de la Higuera a un ritmo infernal; atravesé La Cadena en una ruta de 32 Km en un tiempo récord; subí a La Maroma dos veces en apenas 15 días; y sufrí mi primera ampolla en el talón izquierdo durante la XII Travesía de Resistencia de la Sierra de Tejeda Almijara…entre otras. Durante alguna de aquellas excursiones Carlos volvió a referir la susodicha Travesía, haciendo referencia a su belleza, sus paisajes, tan distintos a los que estamos acostumbrados, su dificultad y dureza, todo ello entremezclado con anécdotas de las anteriores ediciones…la semilla estaba puesta, y poco a poco lo impensable para muchos de nosotros se fue revelando como algo no tan imposible.

 “¿Y si llevamos coche escoba?”

“Bueno, así sí, que si llega un momento en que alguien no pueda más se monta en el coche y punto”.

“Oye, que al final nada de coche escoba, recuperemos el espíritu original de la ruta”

“Uf, pues entonces…”

“Que sí hombre, que vienes, que llegar se llega…”

LLEGAR SE LLEGA: bien podría ser la frase insignia del Club Elimán.

Y catorce criaturas nos pusimos en marcha durante la madrugada del 12 de mayo.

Poco antes de las 4.00 h nos reuníamos en la Plaza del Ingenio de Frigiliana desde donde tras las preceptivas fotos con nuestras flamantes camisetas naranjas y dándonos ánimos empezábamos a andar a buen ritmo hacia la aldea de la Acebuchal, con nuestros frontales y linternas y nuestras ropas reflectantes. Esta primera parte de la ruta era la que yo suponía más difícil pues se trata de una subida casi constante hasta el puerto de Frigiliana. El grupo empezó a fragmentarse un poco quedando grupos de dos o tres personas lo suficientemente separados como para distinguir sólo las luces de los frontales. Juanjo Béjar hijo y yo íbamos hacia la mitad, manteniendo una animada conversación cuando, de pronto, de entre unos matorrales apareció dando un tremendo salto y un grito aterrador…¡el aberroncho! Sólo nos dio tiempo a echar un paso atrás mientras nos agitábamos como flanes, y el aberroncho, partido de risa, huyó cuesta arriba, en busca quizá, de otras víctimas desprevenidas.

El trayecto nocturno transcurrió sin mucha novedad. Llegamos al Puerto de Frigiliana cuando ya había amanecido. En este punto nos tomamos un descanso y algunos decidieron empezar a cambiarse de ropa. Comenzaba el carril hacia Fornes. A mitad de camino entre la Resinera y Fornes, a eso de las 9.30 h ya empezábamos a notar el calorcito del sol por lo que decidimos, los que aun no lo habíamos hecho, cambiar nuestros pantalones largos por unos cortos más frescos. El inconveniente de ser la única mujer en una camarilla de catorce senderistas es…os lo podéis imaginar. Tuve que buscar un recodo del camino, escalar un montículo de tierra y meterme entre unas zarzas, además aun venía gente detrás de mí por el carril y hubo que “cortar el tráfico” unos minutos. Todos los arañazos que me pude hacer durante la travesía me los hice en ese momento. Llegaba la hora también de embadurnarse de cremas protectoras factor 50 (por lo menos). Y así, después del acicalamiento, continuamos nuestro camino, un poco más frescos… y más pringosos. Antes de Fornes hubo que pasar por una alameda preciosa que algunos ya habíamos visitado unos meses antes cuando realizamos la Travesía Frigiliana-Fornes, en aquel momento, en enero, los álamos estaban pelados y el suelo cubierto de un manto de hosjas marrones y grises, pero ahora era otra cosa. El verde de las hojas y la hierba contrastaba con el gris de los troncos colocados en hileras perfectas. Daban ganas de quedarse por allí, sobre todo teniendo en cuenta lo que nos esperaba, a la sombra de aquellos árboles.

“Disfrutad ahora de esta sombrita, que ya veréis luego”. Decían los veteranos.

Y era verdad, pues después de Fornes la única sombra que veríamos en muchos kilómetros serían las nuestras sobre la tierra o el asfalto.

Pasadas las 10 de la mañana llegamos al bar en Fornes donde teníamos previsto desayunar. Casi todos pedimos lo mismo: bocadillos de jamón, cafés y colas, ¡inmensos bocadillos, por cierto!, tanto que algunos decidimos guardar la mitad para más adelante. Aprovechamos para refrescarnos un poco, ponernos cremita solar, revisar nuestros pies y…¡horror, descubrí que me había vuelto a salir una ampolla en el talón izquierdo! Creo que fue Juanjo Béjar quien me dio mi primer apósito de la jornada. Decidí no hacer demasiado caso, aun no habíamos recorrido ni la mitad de los kilómetros previstos y era pronto para empezar a quejarse.

Abandonamos el bar dejando allí un rastro de olor a mejunjes y bien aprovisionados de agua. Doce kilómetros nos separaban de nuestro siguiente objetivo: Agrón. El paisaje que nos esperaba era muy distinto a lo que estamos acostumbrados a ver en nuestra Sierra de Tejeda y Almijara. Avanzando por la carretera bordeamos el embalse de los Bermejales que iba quedando a nuestra izquierda. A ambos lados del camino empezamos a ver sembrados de pequeños árboles frutales y olivos, rodeados de flores silvestres blancas, amarillas, azules, violetas…, mucha hierba, espigas doradas y grupos de amapolas que salpicaban de rojo algún claro aquí y allá. El número de árboles fue disminuyendo poco a poco hasta llegar a encontrarnos con enormes prados de trigo verde que llegaba hasta la cintura. Como dijo Eduardo la imagen que teníamos ante nosotros nada tenía que envidiar al famoso fondo de pantalla de Windows de una pradera.

Paramos sólo un par de veces para reagruparnos y beber agua. El calor apretaba. Y ya empezaban a aparecer las primeras ampollas y dolencias musculares, y el dolor de pies, claro. Yendo por el arcén no quedaba más remedio que ir en fila india o, a lo sumo, de a dos. De vez en cuando Francisco A. hacía señas a los coches que avanzaban en dirección contraria para que se apartaran un poco del arcén, agitando el brazo lateralmente arriba y abajo: “es por defecto profesional”, decía.

Cada uno lo llevaba como podía: uno hablaba sin parar de cualquier tema que le pusieran por delante, otro recordaba su paso por un festival gay que tuvo lugar hace un par de años y al que asistió como cocinero: algo aprendió, como que existen camas circulares con un complemento en el centro y sobre las que el salto del tigre se debe de hacer de una manera poco convencional (no digo cómo, que esto lo leen menores, el que quiera saber más que le pregunte a Juanjo Ballonga o a Francisco A. Lo  siento, tenía que contarlo, es que me hizo mucha gracia). Otros cantaban. Oscar, Eduardo y yo empezamos a rememorar antiguas canciones de películas y series…en fin, recursos y gente variopinta no faltaba.

Y cuando ya quedaba poco para llegar a Agrón a Carlos se le ocurrió decir: “¿Sabéis lo que me apetecería ahora…?”. “Mejor no lo digas, ¡no lo digas!”. “Un polo de hielo…un twister auténtico”… Seguro que todos habréis visto algún capítulo de los Simpson en el que Hommer babea, literalmente…Pues eso hicimos los que le escuchamos, se nos hizo la boca agua y una lagrimilla resbaló por nuestra cara, aunque de esa forma, con la promesa de un polo de hielo, el camino que nos quedaba hasta Agrón se nos hizo más llevadero.

¡Qué buenos estaban los polos, con qué fruición los sorbíamos, sin miramientos ni finezas! Hasta aquí ya llevábamos recorridos 41 Km.

Además de los polos, en Agrón compramos comida y más agua. Revisamos de nuevo nuestros pies, repusimos cremitas, apósitos y réflex, y en marcha. El ibuprofeno empezaba a correr.

A unos 5 Km estaba Ventas de Huelma, donde compramos más agua. Y 3 km más adelante Ácula. El año pasado cuando Juanjo Béjar, Juanjo Ballonga, Gerhard y Carlos realizaban la II Travesía, se quedaron sin agua a esta altura de la ruta y, no encontrando ningún bar ni tienda abiertos recurrieron a pedírsela a una señora cuya puerta sí estaba abierta. Ella les atendió con mucha amabilidad y este año se decidió llevarle como regalo un tarro de miel de caña. La señora lo acogió con gratitud, nos ofreció agua y continuamos nuestro camino sin más dilación.

Se decidió que comeríamos nada más dejar Ácula, al inicio de la Cañada Real de la Costa, a un lado del camino, como se hiciera en años anteriores, decisión que no todo el mundo acogió de buen grado, pues parecía que las moscas y mosquitos tenían tanta hambre como nosotros.

El descanso y la comida nos sentó de maravilla y nos dio las suficientes fuerzas para afrontar el último tramo de nuestra aventura.

A estas alturas las dolencias eran más que patentes: Francisco Iranzo hijo se quejaba de una pierna, el pobre había jugado el día anterior al tenis hasta las 9 de la noche (os recuerdo que empezamos a andar a las 4 de la madrugada) y tenía la pierna sobrecargada. Juanjo Béjar hijo tenía ampollas en toda la planta del pie pero además, su padre y su tío, en su afán de protección mezclaron en sus piernas crema solar y réflex, lo cual le produjo una extraña reacción que enrojeció aun más la piel del pobre chico. Su cara era un poema, pero no perdía el humor. José A. Gómez afirmaba que ya notaba “ampolla sobre ampolla”, pero las ignoraba estoicamente. Juanjo Béjar padre…sencillamente no hablaba, probablemente él arrastraba doble dolencia, la de él y la de su hijo. Juanjo Ballonga, Sebastián, Platero, Carlos, Francisco A. Gerhard y Oscar sólo daban señas de cansancio y cierto dolor de pies y alguno de ellos, ni eso. Eduardo había estado a punto de no venir por una especie de tendinitis en la rodilla que le molestaba sobre todo en las bajadas, pero hubo un momento en que comentó que le sorprendía lo poco que la estaba notando. Mis ampollas de los talones (pues me había salido otra en el derecho) habían alcanzado un tamaño descomunal, daba miedo verlas, pararme y volver a andar era una verdadera tortura y quitarme los zapatos para poner apósito sobre apósito…¡ay, me duele sólo de recordarlo! Había momentos en los que me quedaba atrás en el grupito en el que fuera porque mis andares se parecían a los de las muñecas de Famosa...Y Sergio…¡madre mía, ese Sergio, cómo aguantó, es que no sé ni lo que le dolía, o lo que no!, pero parecía que no llegaba, adelantaba un pie, después otro, cansinamente. En una ocasión vi a Óscar dar saltos a su alrededor, azuzándolo, animándolo. Los que íbamos delante le veíamos llegar lentamente, siempre lentamente, pero llegaba, con una sonrisa en la cara y levantando el dedo pulgar en señal de…puedo, puedo, compañeros, no os preocupéis. De vez en cuando Gómez le animaba: “¡¡¡¡Ese Sergiiiooooo!!!!

A pesar de todo hubo quien decidió subir una larga cuesta de la cañada a toda pastilla, “cuando más rápido antes se termina”, decía, el puñetero.

Atravesamos un Parque Periurbano donde había gente pasando el día que nos ofreció agua, a lo que dijimos que no, por ser demasiados. Aunque quizá debimos decir que sí, pues a cerca de dos kilómetros de Santa Fe a casi ninguno de nosotros le quedaba del precioso líquido elemento.

Santa Fe ya se veía a lo lejos, después no tan lejos…daba la sensación de no llegar nunca. Pero LLEGAMOS. No recuerdo haber visto ningún cartel de “Bienvenidos a Santa Fe”, pero hubo un momento en que sabíamos que habíamos entrado en el término municipal. Ahora sólo quedaba dejar atrás el polígono industrial y encontrar la Iglesia de la Encarnación, en la plaza de España. Y por fin, uno a uno fuimos haciendo aparición en una Plaza atestada de gente por las comuniones. Las camisetas naranjas destacaban, la gente se preguntaba qué reivindicaríamos, de dónde vendríamos, quién habría ganado la maratón…No fue una entrada triunfal, no entramos en la plaza todos juntos, Juanjo Ballonga ni siquiera sale en la foto de grupo frente a la iglesia…pero LLEGAMOS TODOS Y CADA UNO DE NOSTROS, de mejor o peor manera, cada uno con su propia motivación, alegría, tristeza, dolor o sensación de triunfo. LLEGAMOS A SANTA FE.

El conductor del autobús que nos llevaría de vuelta a Frigiliana nos dio poca tregua: sólo teníamos media hora para festejarlo. Juanjo renunció a la foto por coger sitio para todos en un bar ya atestado de gente. Así que no perdimos tiempo y pedimos doble bebida cada uno, la mayoría cerveza. Brindamos, nos hicimos fotos, bromeamos, Juanjo Béjar trajo cajas de piononos para todos…y llegó la hora de levantarse de las cómodas sillas del bar: recuerdo al pobre Juanjo B. hijo andando como un pato con el culillo para afuera, y Gómez... ¡ay Gómez, igual que yo, ni más ni menos, muñecas de Famosa!

La vuelta en autobús estuvo más animada de lo que se esperaba en un principio, sobre todo por unos cuantos revoltosos que ocupaban la parte trasera y que habían colado algunas cervezas en el bus (¡qué gamberrillos!).

¡Camarero! ¿Qué?...¡una de mero!

No queda mucho que decir, sólo que llegamos a Frigiliana a quién sabe la hora y que seguro que disfrutaremos del recuerdo de esta III Travesía Frigiliana-Santa Fe durante mucho, mucho tiempo.

No puedo dejar de mencionar a:

Carlos Castillo: artífice de la travesía y el que más animó a los indecisos para que la emprendieran.

Juanjo Ballonga: coordinador del evento y proveedor de camisetas, cremas y réflex.

José A. Gómez: el que más dudaba y el más arrojado. Te superas a ti mismo, pero también nos ayudas a los demás a superarnos.

A Gerhard: el más veterano. Viene desde Alemania para hacer la Travesía y la terminó en una inmejorable condición física.

A Eduardo: que superó su temor a una lesión por compartir la experiencia con nosotros.

A Juanjo B. y Francisco Iranzo hijos: los valientes alevines. Con sólo 15 años, ya son capaces de concluir tamaña aventura.

A Sebastián: el compañerismo es tu signo de identidad.

A Francisco A.: mi proveedor de apósitos particular. Nos encanta tu fino sentido del humor.

A Platero: por amenizar con tu incansable charla nuestro camino.

A Juanjo Béjar y Sergio: sufridores en silencio del ritmo a veces demasiado fuerte del grupo.

A Óscar: venía de Madrid y llegó andando a Santa Fe.

Y a mi misma: por el trabajito que me ha costado escribir esta crónica. Espero que la hayáis disfrutado y que os sirva para recordar, junto con las innumerables fotos, algunos de los momentos de esta aventura.

¡UN ABRAZO A TODOS, COMPAÑEROS!.

lunes, 21 de mayo de 2012

Travesía Frigiliana-Santa Fe. 12 de mayo 2012


Elevation Profile
Actividad: senderismoDistancia recorrida: 65,93 kilómetros Altitud min: 293 metros, max: 1.249 metros
Desnivel acum. subiendo: 1.588 metros, bajando: 1.307 metros
Grado de dificultad: skill Muy difícil
Tiempo:   15 horas 34 minutos
Fecha:  mayo 12, 2012
Finaliza en el punto de partida (circular):   No
Coordenadas: 4091














































miércoles, 9 de mayo de 2012