III TRAVESÍA FRIGILIANA-SANTA FE
Participantes:
Juanjo Ballonga, Juanjo Béjar, Juanjo Béjar, Sebastián Martínez, Gerhard G.
Steffens, José Antonio Platero, Francisco A. Iranzo, Francisco Iranzo, Eduardo
Ariza, José A. Gómez, Carlos Castillo, Sergio y Oscar Martínez, y la que
suscribe.
Un
año más, los más veteranos de nuestro Club proponen la realización de esta
travesía, que se viene realizando desde el año 2010, pero esta vez habrá una
notable diferencia: vamos 14 personas.
La
idea de la travesía surge tras preguntar a algunos mayores de Frigiliana sobre
las rutas comerciales que existían entre este pueblo y otros de la provincia de
Granada. Sebastián López, uno de sus vecinos, contaba que de niño, junto a su
padre y su abuelo, compraban miel de caña en la maquinilla Rico-Fossi y la
vendían en pueblos de Granada y Jaén. Eran meleros que transportaban en mulos
su rico producto a través de la Sierra de Almijara. Iniciando nuestro camino en
Frigiliana, nos dirigiremos hacia la aldea de Acebuchal, Puerto Blanquillo, Venta
Panaderos y Puerto de Frigiliana, para después tomar el carril que nos llevará
hasta La Resinera, Fornes, Agrón, Ventas de Huelma, Ácula y que finalizará en
Santa Fé. La familia López continuaba desde Santa Fe hacia otros pueblos como
Albolote, Iznalloz, Piña,…hasta llegar a Huelma, ya en la provincia de Jaén. Pero
llegar a este pueblo a pie desde Frigiliana sería imposible en una única
jornada. Sebastián estuvo vendiendo miel en estos pueblos hasta hace unos 20
años.
Carlos Castillo me habló por
primera vez de la travesía y de sus 64 Km (sí, eso creían los veteranos, aunque
después comprobamos que son casi 66) durante una excursión en noviembre de 2011.
Era la 3ª vez que salía de excursión con el Ayuntamiento de Frigiliana y no
conocía el Club Elimán, es decir, apenas “empezaba a andar”. Yo bromeé diciendo
que tal vez me lo propusiera como objetivo, aunque sólo bromeaba porque en
realidad pensaba: “¡ja, ni de coña!”. Pero en los sucesivos meses…terminé la
Travesía Frigiliana-Fornes (30 Km); subí (dos veces) la Cuesta del Cielo
bajando por el Barranco de la Higuera; me federé con el club (la cosa empezaba
a ponerse seria, un seguro de accidentes no venía mal); recorrí algo más de 22
Km en una ruta que terminaba subiendo la Cuesta de la Molineta, endiabladamente
empinada, aun convaleciente de un resfriado atroz; bajé de Cerro Lucero por su
cara más inclinada y pedregosa, tras lo cual mis rodillas se han resentido
hasta hace bien poco; hice la ruta Barranco Cazadores-Navachica-Cielo-Barranco de
la Higuera a un ritmo infernal; atravesé La Cadena en una ruta de 32 Km en un
tiempo récord; subí a La Maroma dos veces en apenas 15 días; y sufrí mi primera
ampolla en el talón izquierdo durante la XII Travesía de Resistencia de la
Sierra de Tejeda Almijara…entre otras. Durante alguna de aquellas excursiones
Carlos volvió a referir la susodicha Travesía, haciendo referencia a su
belleza, sus paisajes, tan distintos a los que estamos acostumbrados, su
dificultad y dureza, todo ello entremezclado con anécdotas de las anteriores
ediciones…la semilla estaba puesta, y poco a poco lo impensable para muchos de
nosotros se fue revelando como algo no tan imposible.
“¿Y si llevamos coche escoba?”
“Bueno, así sí, que si llega un
momento en que alguien no pueda más se monta en el coche y punto”.
“Oye, que al final nada de coche
escoba, recuperemos el espíritu original de la ruta”
“Uf, pues entonces…”
“Que sí hombre, que vienes, que
llegar se llega…”
LLEGAR SE LLEGA: bien podría ser
la frase insignia del Club Elimán.
Y catorce criaturas nos pusimos
en marcha durante la madrugada del 12 de mayo.
Poco antes de las 4.00 h nos
reuníamos en la Plaza del Ingenio de Frigiliana desde donde tras las
preceptivas fotos con nuestras flamantes camisetas naranjas y dándonos ánimos
empezábamos a andar a buen ritmo hacia la aldea de la Acebuchal, con nuestros
frontales y linternas y nuestras ropas reflectantes. Esta primera parte de la
ruta era la que yo suponía más difícil pues se trata de una subida casi
constante hasta el puerto de Frigiliana. El grupo empezó a fragmentarse un poco
quedando grupos de dos o tres personas lo suficientemente separados como para
distinguir sólo las luces de los frontales. Juanjo Béjar hijo y yo íbamos hacia
la mitad, manteniendo una animada conversación cuando, de pronto, de entre unos
matorrales apareció dando un tremendo salto y un grito aterrador…¡el
aberroncho! Sólo nos dio tiempo a echar un paso atrás mientras nos agitábamos
como flanes, y el aberroncho, partido de risa, huyó cuesta arriba, en busca
quizá, de otras víctimas desprevenidas.
El trayecto nocturno transcurrió
sin mucha novedad. Llegamos al Puerto de Frigiliana cuando ya había amanecido.
En este punto nos tomamos un descanso y algunos decidieron empezar a cambiarse
de ropa. Comenzaba el carril hacia Fornes. A mitad de camino entre la Resinera
y Fornes, a eso de las 9.30 h ya empezábamos a notar el calorcito del sol por
lo que decidimos, los que aun no lo habíamos hecho, cambiar nuestros pantalones
largos por unos cortos más frescos. El inconveniente de ser la única mujer en una
camarilla de catorce senderistas es…os lo podéis imaginar. Tuve que buscar un
recodo del camino, escalar un montículo de tierra y meterme entre unas zarzas,
además aun venía gente detrás de mí por el carril y hubo que “cortar el
tráfico” unos minutos. Todos los arañazos que me pude hacer durante la travesía
me los hice en ese momento. Llegaba la hora también de embadurnarse de cremas
protectoras factor 50 (por lo menos). Y así, después del acicalamiento,
continuamos nuestro camino, un poco más frescos… y más pringosos. Antes de
Fornes hubo que pasar por una alameda preciosa que algunos ya habíamos visitado
unos meses antes cuando realizamos la Travesía Frigiliana-Fornes, en aquel
momento, en enero, los álamos estaban pelados y el suelo cubierto de un manto
de hosjas marrones y grises, pero ahora era otra cosa. El verde de las hojas y
la hierba contrastaba con el gris de los troncos colocados en hileras
perfectas. Daban ganas de quedarse por allí, sobre todo teniendo en cuenta lo
que nos esperaba, a la sombra de aquellos árboles.
“Disfrutad ahora de esta
sombrita, que ya veréis luego”. Decían los veteranos.
Y era verdad, pues después de
Fornes la única sombra que veríamos en muchos kilómetros serían las nuestras
sobre la tierra o el asfalto.
Pasadas las 10 de la mañana
llegamos al bar en Fornes donde teníamos previsto desayunar. Casi todos pedimos
lo mismo: bocadillos de jamón, cafés y colas, ¡inmensos bocadillos, por
cierto!, tanto que algunos decidimos guardar la mitad para más adelante. Aprovechamos
para refrescarnos un poco, ponernos cremita solar, revisar nuestros pies
y…¡horror, descubrí que me había vuelto a salir una ampolla en el talón
izquierdo! Creo que fue Juanjo Béjar quien me dio mi primer apósito de la
jornada. Decidí no hacer demasiado caso, aun no habíamos recorrido ni la mitad
de los kilómetros previstos y era pronto para empezar a quejarse.
Abandonamos el bar dejando allí
un rastro de olor a mejunjes y bien aprovisionados de agua. Doce kilómetros nos
separaban de nuestro siguiente objetivo: Agrón. El paisaje que nos esperaba era
muy distinto a lo que estamos acostumbrados a ver en nuestra Sierra de Tejeda y
Almijara. Avanzando por la carretera bordeamos el embalse de los Bermejales que
iba quedando a nuestra izquierda. A ambos lados del camino empezamos a ver
sembrados de pequeños árboles frutales y olivos, rodeados de flores silvestres
blancas, amarillas, azules, violetas…, mucha hierba, espigas doradas y grupos
de amapolas que salpicaban de rojo algún claro aquí y allá. El número de
árboles fue disminuyendo poco a poco hasta llegar a encontrarnos con enormes
prados de trigo verde que llegaba hasta la cintura. Como dijo Eduardo la imagen
que teníamos ante nosotros nada tenía que envidiar al famoso fondo de pantalla de
Windows de una pradera.
Paramos sólo un par de veces para
reagruparnos y beber agua. El calor apretaba. Y ya empezaban a aparecer las
primeras ampollas y dolencias musculares, y el dolor de pies, claro. Yendo por
el arcén no quedaba más remedio que ir en fila india o, a lo sumo, de a dos. De
vez en cuando Francisco A. hacía señas a los coches que avanzaban en dirección
contraria para que se apartaran un poco del arcén, agitando el brazo
lateralmente arriba y abajo: “es por defecto profesional”, decía.
Cada uno lo llevaba como podía:
uno hablaba sin parar de cualquier tema que le pusieran por delante, otro
recordaba su paso por un festival gay que tuvo lugar hace un par de años y al
que asistió como cocinero: algo aprendió, como que existen camas circulares con
un complemento en el centro y sobre las que el salto del tigre se debe de hacer
de una manera poco convencional (no digo cómo, que esto lo leen menores, el que
quiera saber más que le pregunte a Juanjo Ballonga o a Francisco A. Lo siento, tenía que contarlo, es que me hizo
mucha gracia). Otros cantaban. Oscar, Eduardo y yo empezamos a rememorar
antiguas canciones de películas y series…en fin, recursos y gente variopinta no
faltaba.
Y cuando ya quedaba poco para
llegar a Agrón a Carlos se le ocurrió decir: “¿Sabéis lo que me apetecería
ahora…?”. “Mejor no lo digas, ¡no lo digas!”. “Un polo de hielo…un twister
auténtico”… Seguro que todos habréis visto algún capítulo de los Simpson en el que
Hommer babea, literalmente…Pues eso hicimos los que le escuchamos, se nos hizo
la boca agua y una lagrimilla resbaló por nuestra cara, aunque de esa forma, con
la promesa de un polo de hielo, el camino que nos quedaba hasta Agrón se nos
hizo más llevadero.
¡Qué buenos estaban los polos,
con qué fruición los sorbíamos, sin miramientos ni finezas! Hasta aquí ya
llevábamos recorridos 41 Km.
Además de los polos, en Agrón
compramos comida y más agua. Revisamos de nuevo nuestros pies, repusimos
cremitas, apósitos y réflex, y en marcha. El ibuprofeno empezaba a correr.
A unos 5 Km estaba Ventas de
Huelma, donde compramos más agua. Y 3 km más adelante Ácula. El año pasado
cuando Juanjo Béjar, Juanjo Ballonga, Gerhard y Carlos realizaban la II
Travesía, se quedaron sin agua a esta altura de la ruta y, no encontrando
ningún bar ni tienda abiertos recurrieron a pedírsela a una señora cuya puerta
sí estaba abierta. Ella les atendió con mucha amabilidad y este año se decidió
llevarle como regalo un tarro de miel de caña. La señora lo acogió con
gratitud, nos ofreció agua y continuamos nuestro camino sin más dilación.
Se decidió que comeríamos nada
más dejar Ácula, al inicio de la Cañada Real de la Costa, a un lado del camino,
como se hiciera en años anteriores, decisión que no todo el mundo acogió de
buen grado, pues parecía que las moscas y mosquitos tenían tanta hambre como
nosotros.
El descanso y la comida nos sentó
de maravilla y nos dio las suficientes fuerzas para afrontar el último tramo de
nuestra aventura.
A estas alturas las dolencias
eran más que patentes: Francisco Iranzo hijo se quejaba de una pierna, el pobre
había jugado el día anterior al tenis hasta las 9 de la noche (os recuerdo que
empezamos a andar a las 4 de la madrugada) y tenía la pierna sobrecargada.
Juanjo Béjar hijo tenía ampollas en toda la planta del pie pero además, su
padre y su tío, en su afán de protección mezclaron en sus piernas crema solar y
réflex, lo cual le produjo una extraña reacción que enrojeció aun más la piel
del pobre chico. Su cara era un poema, pero no perdía el humor. José A. Gómez afirmaba
que ya notaba “ampolla sobre ampolla”, pero las ignoraba estoicamente. Juanjo
Béjar padre…sencillamente no hablaba, probablemente él arrastraba doble
dolencia, la de él y la de su hijo. Juanjo Ballonga, Sebastián, Platero,
Carlos, Francisco A. Gerhard y Oscar sólo daban señas de cansancio y cierto
dolor de pies y alguno de ellos, ni eso. Eduardo había estado a punto de no
venir por una especie de tendinitis en la rodilla que le molestaba sobre todo
en las bajadas, pero hubo un momento en que comentó que le sorprendía lo poco
que la estaba notando. Mis ampollas de los talones (pues me había salido otra
en el derecho) habían alcanzado un tamaño descomunal, daba miedo verlas,
pararme y volver a andar era una verdadera tortura y quitarme los zapatos para
poner apósito sobre apósito…¡ay, me duele sólo de recordarlo! Había momentos en
los que me quedaba atrás en el grupito en el que fuera porque mis andares se
parecían a los de las muñecas de Famosa...Y Sergio…¡madre mía, ese Sergio, cómo
aguantó, es que no sé ni lo que le dolía, o lo que no!, pero parecía que no
llegaba, adelantaba un pie, después otro, cansinamente. En una ocasión vi a
Óscar dar saltos a su alrededor, azuzándolo, animándolo. Los que íbamos delante
le veíamos llegar lentamente, siempre lentamente, pero llegaba, con una sonrisa
en la cara y levantando el dedo pulgar en señal de…puedo, puedo, compañeros, no
os preocupéis. De vez en cuando Gómez le animaba: “¡¡¡¡Ese Sergiiiooooo!!!!
A pesar de todo hubo quien
decidió subir una larga cuesta de la cañada a toda pastilla, “cuando más rápido
antes se termina”, decía, el puñetero.
Atravesamos un Parque Periurbano
donde había gente pasando el día que nos ofreció agua, a lo que dijimos que no,
por ser demasiados. Aunque quizá debimos decir que sí, pues a cerca de dos
kilómetros de Santa Fe a casi ninguno de nosotros le quedaba del precioso
líquido elemento.
Santa Fe ya se veía a lo lejos,
después no tan lejos…daba la sensación de no llegar nunca. Pero LLEGAMOS. No
recuerdo haber visto ningún cartel de “Bienvenidos a Santa Fe”, pero hubo un
momento en que sabíamos que habíamos entrado en el término municipal. Ahora
sólo quedaba dejar atrás el polígono industrial y encontrar la Iglesia de la
Encarnación, en la plaza de España. Y por fin, uno a uno fuimos haciendo
aparición en una Plaza atestada de gente por las comuniones. Las camisetas
naranjas destacaban, la gente se preguntaba qué reivindicaríamos, de dónde
vendríamos, quién habría ganado la maratón…No fue una entrada triunfal, no
entramos en la plaza todos juntos, Juanjo Ballonga ni siquiera sale en la foto
de grupo frente a la iglesia…pero LLEGAMOS TODOS Y CADA UNO DE NOSTROS, de
mejor o peor manera, cada uno con su propia motivación, alegría, tristeza,
dolor o sensación de triunfo. LLEGAMOS A SANTA FE.
El conductor del autobús que nos
llevaría de vuelta a Frigiliana nos dio poca tregua: sólo teníamos media hora
para festejarlo. Juanjo renunció a la foto por coger sitio para todos en un bar
ya atestado de gente. Así que no perdimos tiempo y pedimos doble bebida cada
uno, la mayoría cerveza. Brindamos, nos hicimos fotos, bromeamos, Juanjo Béjar
trajo cajas de piononos para todos…y llegó la hora de levantarse de las cómodas
sillas del bar: recuerdo al pobre Juanjo B. hijo andando como un pato con el
culillo para afuera, y Gómez... ¡ay Gómez, igual que yo, ni más ni menos,
muñecas de Famosa!
La vuelta en autobús estuvo más
animada de lo que se esperaba en un principio, sobre todo por unos cuantos
revoltosos que ocupaban la parte trasera y que habían colado algunas cervezas
en el bus (¡qué gamberrillos!).
¡Camarero! ¿Qué?...¡una de mero!
No queda mucho que decir, sólo
que llegamos a Frigiliana a quién sabe la hora y que seguro que disfrutaremos
del recuerdo de esta III Travesía Frigiliana-Santa Fe durante mucho, mucho
tiempo.
No puedo dejar de mencionar a:
Carlos Castillo: artífice de la
travesía y el que más animó a los indecisos para que la emprendieran.
Juanjo Ballonga: coordinador del
evento y proveedor de camisetas, cremas y réflex.
José A. Gómez: el que más dudaba
y el más arrojado. Te superas a ti mismo, pero también nos ayudas a los demás a
superarnos.
A Gerhard: el más veterano. Viene
desde Alemania para hacer la Travesía y la terminó en una inmejorable condición
física.
A Eduardo: que superó su temor a
una lesión por compartir la experiencia con nosotros.
A Juanjo B. y Francisco Iranzo
hijos: los valientes alevines. Con sólo 15 años, ya son capaces de concluir
tamaña aventura.
A Sebastián: el compañerismo es
tu signo de identidad.
A Francisco A.: mi proveedor de
apósitos particular. Nos encanta tu fino sentido del humor.
A Platero: por amenizar con tu
incansable charla nuestro camino.
A Juanjo Béjar y Sergio:
sufridores en silencio del ritmo a veces demasiado fuerte del grupo.
A Óscar: venía de Madrid y llegó
andando a Santa Fe.
Y a mi misma: por el trabajito
que me ha costado escribir esta crónica. Espero que la hayáis disfrutado y que
os sirva para recordar, junto con las innumerables fotos, algunos de los
momentos de esta aventura.
¡UN ABRAZO A TODOS, COMPAÑEROS!.